Un blog de María Marín, coordinadora de proyectos en Altekio
Los Espacios Seguros surgen del movimiento LGTBIQ+ y el movimiento feminista hacia mediados del siglo XX. Eran espacios No Mixtos (donde solo podían participar personas que formaban parte del colectivo oprimido en relación a un eje de opresión; en este caso, personas LGTBIQ+ o mujeres). Eran espacios pensados y diseñados por y para el colectivo, donde al no poder participar personas del lado privilegiado, se garantizaba la seguridad de las personas y su participación plena en estos espacios.
Los grupos no mixtos son seguros en cuanto al eje privilegio-opresión al que pertenece el colectivo. No obstante, esto no impide que se puedan producir situaciones discriminatorias o agresiones en referencia a otros ejes. Por ejemplo, el racismo en grupos de mujeres.
Además, actualmente esta expresión se ha trasladado a espacios de reuniones, asambleas y espacios activistas en general, utilizándose cada vez más para hacer referencia a si los espacios mixtos “son o no seguros” para las personas que pertenecen a los colectivos oprimidos.
La construcción de espacios más seguros debe abordar entonces una mirada múltiple de los ejes de opresión estructurales.
En este contexto, ¿cómo podemos trabajar desde nuestros grupos la generación de espacios más seguros?
Podemos afirmar que no es posible que nuestros espacios mixtos sean 100 % seguros para todas las personas, ya que, si formamos parte del lado privilegiado, muchas veces estaremos (aunque sea sin intención) reproduciendo las estructuras de opresión. No obstante, sí que hay varias cuestiones que podemos trabajar para construir espacios cada vez más seguros.
La premisa fundamental para que los espacios sean más seguros es que existan mecanismos suficientes para abordar las agresiones supremacistas (ya sean racistas, machistas, capacitistas, homófobas, tránsfobas, clasistas, etc.) y que las mismas puedan ser visibilizadas, señaladas, gestionadas y reparadas.
Para esto es necesario que los grupos se comprometan con un trabajo de transformación profundo. En este sentido, algunos de los proyectos que se pueden emprender son:
- Generar espacios no mixtos para, por una parte, que el grupo privilegiado haga un trabajo de toma de conciencia. Y, por otra, para el empoderamiento, la denuncia y la identificación de elementos de opresión en el grupo mixto.
- Formación en gestión de conflictos y agresiones.
- Formaciones en el marco de la interseccionalidad.
- Elaboración de protocolos de gestión de conflictos, acoso y agresiones.
- Establecer diferentes vías de denuncia.
- Establecer comisiones de seguimiento de las actitudes que han sido señaladas.
- Contar con espacios formales de evaluación y feedback.
Contar con el rol de la facilitación en nuestras asambleas o reuniones también ayuda a que los espacios sean más seguros, a buscar el equilibrio del poder y frenar las agresiones, ya que una de las principales funciones de la facilitación es el cuidado de las personas en los grupos.
¿Qué podemos aportar desde la facilitación para la generación de espacios más seguros?
Desde la facilitación se puede trabajar con el grupo en la construcción de acuerdos grupales o “normas” de participación que cuiden a las personas, atendiendo a las diversidades que nos atraviesan. Algunos de estos acuerdos grupales pueden ser:
- No discrimación.
- Se paran los ataques (insultos, agresiones verbales, etc.).
- Uso del lenguaje inclusivo.
- Equilibrio en el uso de la palabra.
- Participación consciente y no obligatoria.
- No interrumpir.
- Uso del consentimiento activo.
- Confidencialidad.
Estos acuerdos legitiman y amparan a las personas facilitadoras y participantes a señalar estas conductas cuando se den y facilitan que puedan ser paradas y gestionadas.
Indagar con el grupo qué aspectos son necesarios cuidar para garantizar la seguridad en la participación genera, a su vez, un mayor compromiso y conciencia en las personas que forman parte del mismo.
Pero el mayor impacto que podemos tener como personas facilitadoras, para generar estos espacios más seguros, pasa por hacer un trabajo profundo de conciencia de nuestros privilegios y que nos responsabilicemos del poder que ostenta el rol.
Una clave fundamental para poner nuestro poder al servicio del grupo y no abusar de él, pasa por estar abiertas a que nos den feedback. Esto es, a que cuestionen nuestros comentarios y actitudes, y a que estos puedan ser señalados, cuando -aunque sea desde la no intención- estos han tenido un impacto en el grupo o en algunas personas del mismo.
Como facilitadoras, estar abiertas al feedback es aprender a no reaccionar desde nuestra fragilidad supremacista, agradecer la valentía de habernos señalado, reconocer nuestras áreas de no conciencia, comprometernos con seguir aprendiendo, pedir disculpas por el impacto generado sin colocarnos en el rol de víctimas y pensar si hay algo más que podamos hacer para reparar el daño. Trabajar para una transformación interna profunda, tanto a nivel personal como grupal, permite aumentar la seguridad de nuestros espacios.
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Favorecer que nuestros grupos sean cada vez menos homogéneos también nos posibilita tener en cuenta realidades más completas y generar nuevas alternativas genuinamente transformadoras.
María Marín