Un blog de Javier Fernández Ramos, coordinador de proyectos en Altekio
Una sábana en el balcón con un número de teléfono, un cartel a la entrada del portal, una llamada de una amiga diciendo “tenemos que hacer algo”, un grupo de mensajería instantánea en el pueblo… Los orígenes de muchas redes vecinales de apoyo mutuo surgidas en la pandemia fueron espontáneos pero, posteriormente, se fueron complejizando. Se crearon despensas comunitarias, actividades educativas y de ocio para la infancia, donación o préstamos de dispositivos tecnológicos para evitar el aislamiento, apoyo a trámites administrativos, ayuda en compras de primera necesidad, donaciones de libros y material escolar, roperos solidarios, paseo de mascotas, asesoría legal y administrativa, atención psicológica… La ayuda fue muy amplia para satisfacer las diversas necesidades de cada contexto, consolidando la idea de que el cuidado debe ser una política integral.
Se desarrollaron una pluralidad de formas de organización, de mecanismos de gestión interna y reparto de tareas, herramientas de gestión de conflictos y disensos, estrategias para movilizar recursos, formas diferentes de relacionarse con las instituciones públicas, etc. En muy poco tiempo, personas y entidades que normalmente no suelen realizar proyectos de forma conjunta fueron capaces de generar, no sin dificultades, un marco de colaboración.
Junto con compañeras del Grupo Cooperativo Tangente (José Luis Fernández de Casadevante “Kois” y Nerea Ramírez Piris) he participado en el estudio de 100 redes vecinales de apoyo mutuo que surgieron como respuesta colectiva ante la pandemia, ubicadas a lo largo de toda la geografía estatal. Un movimiento ciudadano trasversal que hemos denominado Solidaridades de Proximidad, en dónde multitud de personas se organizaron para cuidar de quienes les rodeaban. Iniciativas que resultaron imprescindibles y que llegaron donde las administraciones públicas no fueron capaces, demostrando que la acción comunitaria es un complemento fundamental en situaciones de emergencia. Solo en la Comunidad de Madrid, la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM) llegó a mapear 76 redes que atendieron a unas 51.500 personas.
Las iniciativas han tenido un importante arraigo local. Más del 80% de las que estudiamos tuvieron colaboración con el comercio de proximidad. Este arraigo ayudó a que pudieran detectar problemáticas específicas (como soledad no deseada de personas mayores) por su conocimiento de las redes informales. Se coordinaron de forma rápida con los dispositivos locales y han demostrado una mayor agilidad y capacidad de improvisación que las administraciones. Estas habilidades serán fundamentales en el futuro cercano.
Consiguieron movilizar recursos de manera autogestionada: casi el 70% de las redes que mapeamos habían funcionado únicamente en base a donaciones de personas o entidades particulares. Por otra parte, más del 50% de las iniciativas trabajaron activamente para superar las dinámicas de protagonistas/personas beneficiarias, consiguiendo que las personas beneficiarias participaran de las propias redes. Este dato nos indica que transformaron la idea más asistencial de banco de alimentos hacia redes de cuidado, o lo que se han denominado sindicatos de barrio.
En esta movilización sin precedentes que hemos visto, otra de las conclusiones clave es que estas iniciativas de apoyo mutuo han sido más fuertes y perdurables en los lugares en donde ya existía un tejido vecinal previamente organizado; ya que pusieron sus conocimientos y recursos al servicio de cada momento. Rescato aquí unas palabras de las personas que redactaron el Informe SESPAS 2022: la acción comunitaria no se improvisa, requiere de dedicación y cuidado, tiempos y recursos, así como de voluntad política para hacerla eficaz y sostenible.
El pasado 5 de mayo, la OMS declaró el final de la pandemia. El fin de la emergencia sanitaria internacional. Una noticia positiva que, después de la fatiga por todo lo vivido y por la sobreinformación mediática, nos puede hacer correr el peligro de intentar pasar página sin consolidar aprendizajes. Frente a episodios traumáticos aparece la tentación social del olvido. Borrar de nuestro recuerdo eso que nos dolió, alejar lo difícil, pasar página y no “mirar atrás”. Esta huida hacia adelante puede dificultar que asentemos aprendizajes y que generemos cambios elegidos para nuestras sociedades. Nora Levinton, doctora en psicología y feminista, ve importante crear espacios colectivos en dónde las dificultades y eventos traumáticos puedan encararse desde una responsabilidad compartida. Lo colectivo aparece como algo imprescindible para elaborar las huellas que nos dejó la situación.
Una buena parte de la comunidad científica nos recuerda que lo sucedido no es un hecho puntual fruto de la mala suerte, sino que es una expresión más de la crisis ecológica. Como en el futuro próximo lo extraordinario va a formar parte de nuestra cotidianidad, necesitamos aprender sobre lo vivido para poder anticiparnos a las nuevas situaciones de excepcionalidad.
El argentino Ignacio Lewkowicz usa la palabra “experiencia” para ir más allá de las vivencias que tenemos. Para él, “experiencia” es hacer algo a partir de lo que nos sucede. No solo sufrir lo que pasa sino cambiar la manera en la que nos relacionamos con ello. Un proceso de transformación de la situación dada en una situación habitable, modificable, resignificable. Este proceso de transformación se realiza mediante la aparición de un «nosotr*s», un espacio de articulación colectiva, una cierta comunidad. Las Solidaridades de Proximidad han constituido una experiencia colectiva, un nosotr*s capaz de resignificar la situación dura de pandemia y poner en el centro las relaciones de cuidado, altruismo y solidaridad. Han creado un nuevo sentido más allá de la terrible situación padecida demostrando que, ante el aislamiento obligado, es posible la organización conjunta y el cuidado comunitario.
Según la filósofa feminista Laura Llevadot, es la comprensión de lo sucedido y no el hecho sin más lo que nos impulsa a una transformación. Para que un hecho se convierta en acontecimiento tiene que ser comprendido y no solo sufrido. Con esta investigación, hemos tratado de extraer pautas y patrones organizativos de éxito, reconocer obstáculos y fragilidades, así como analizar las claves que permiten aumentar la resiliencia social ante las catástrofes. Una forma de anticiparnos a las nuevas situaciones de excepcionalidad, una contribución que pueda ayudarnos a encarar las crisis que ya están aquí y las que vendrán.
Javier Fernández Ramos
♠ Podéis ver el informe completo y el resto de las conclusiones del estudio en el siguiente enlace. Y aquí podéis ver también el vídeo de presentación: https://www.youtube.com/watch?v=4A3PsvmmXnc